Hace un tiempo analizaba las cosas que ya debía haber hecho un hombre al llegar a los 40 años. Surgieron muchas ideas, algunas interesantes y otras totalmente absurdas. La mayoría de lo que surgía en la lista improvisada no las había hecho. Y quizás nunca las haga. Sin embargo, hubo algo que nunca se tomó en cuenta, pero la vida me lo tenía reservado.
En mi vida me había partido la cabeza una sola vez, y me pusieron un solo punto. Nunca sufrí heridas o caídas que ameritaran hospitalización. Una vez corriendo en el parque de Azua me caí de cabeza en el pavimento y al llegar a casa me sentía con náuseas y mareado. Mis padres me llevaron al hospital pero me sané en la sala de espera de emergencia por lo mucho que tardaron en atenderme.
Jugando baloncesto me doblaba los tobillos o me daba algún golpe en la rodilla, pero nunca tuve la necesidad de visitar un ortopeda. Mis inflamaciones no duraban mas de dos días y me llevaba de la sabiduría popular de que "si lo puedes apoyar no está roto". Por lo tanto nunca supe lo que es tener un yeso puesto.
A lo largo de mi vida siempre ha habido un amigo al cual se le ha tenido que inmovilizar alguna parte de su cuerpo con un yeso. En la mano, el brazo, una pierna, los tobillos. Yesos de todos los tamaños y puestos en las mas diversas maneras.
Bueno... ahora me tocó a mi....
En una visita a la playa La Ensenada sufrí una caída y mi pie izquierdo cayó debajo de mi cuerpo. Al poco rato empezó la hinchazón y me apliqué hielo. Al día siguiente mis pasos eran lentos, cortos e irregulares. Fui al médico y recibí dos noticias: una buena y otra mala.
La buena era que no hay fractura. La mala, que tenía un esguince y debían inmovilizarme el pie durante 3 semanas para que se recupere.
Y en esas estoy. ya es mi tercer día de estos 30 que me envió el médico a descansar. Se aplazan muchos planes. Pero... mi pie ahora es el que manda.
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